Nicolás Pineda/Portales-El Colegio de Sonora
Es algo bastante sabido y observable que el poder enferma.
Se dice que muchos que obtienen puestos de poder muy pronto pierden piso y
perspectiva, que se les vuela la cabeza y pronto comienzan a sentir que ya no
son iguales que los demás, sino de una casta superior. A este síndrome se le ha
dado el nombre de enfermedad de hybris que en griego quiere
decir “desmesura”.
Eduardo Robledo, exgobernador de Chiapas y autor del libro El
Poder ¿para que?, comenta en su libro que las pruebas de que
alguien que ejerce el poder no se ha enfermado son: que continúe con la misma
esposa; que pueda mirar de frente a los ojos de sus hijos; que siga viviendo en
la misma casa y que pueda deambular libremente por las calles de su ciudad.
Estas pruebas son una aportación del autor al análisis del ejercicio del poder
en México y que pueden servir para diagnosticar a muchos poderosos.
Al poner esta prueba a los gobernadores de Sonora, el único
que la pasa con soltura y que cumple cabalmente con dichas características es
Samuel Ocaña García.
Un gobernador sensato
Samuel Ocaña fue gobernador de Sonora del 13 de septiembre
de 1979 al 12 de septiembre de 1985. Hay muchos antecedentes suyos que parecen
haberlo vacunado contra la enfermedad del poder y para que no se le volara la
cabeza.
Primeramente, es de un origen modesto, nació en el pueblo de Arivechi,
estuvo internado en la Escuela Cruz Gálvez, de Hermosillo, y realizó sus
estudios en el Instituto Politécnico Nacional a base de esfuerzos. Escogió la
carrera de medicina que es por naturaleza una profesión altruista y de servicio
a los demás.
Ejerció la medicina en la ciudad de Navojoa y es ahí cuando inició
su carrera pública al comenzar a participar en política y ser electo alcalde de
esa ciudad en 1973. Una anécdota de esa época relata que una vez, siendo
alcalde, apareció un individuo muerto en circunstancias extrañas, y siendo él
mismo médico legista, se dio cuenta de que había sido víctima de tortura y que
los causantes habían sido policías.
Obligó entonces a los jefes de policía a
que declararan lo sucedido y cesó y castigó a los responsables. Después fue
nombrado secretario de gobierno de 1975 a 1977 durante el gobierno de Alejandro
Carrillo Marcor, pasando luego a ser dirigente del Partido Revolucionario
Insititucional a nivel estatal.
Fue designado candidato, casi por casualidad y
como opción conciliadora, para salvar la discordia entre otros candidatos muy
poderosos que pugnaban por alcanzar el puesto y cuya designación hubiera
significado un conflicto y una división interna del partido. De este modo llegó
a la gubernatura casi sin proponérselo.
No voy a entar a repasar aquí su obra de gobierno, sino a
destacar sus características personales. Si algo distingue a Samuel Ocaña
cuando uno tiene la oportunidad de tratarlo un poco es su sensatez. Se trata de
una persona que tiene muy buen juicio y mucho sentido común. Considero que esto
se evidencia tanto en su gestión como gobernador como en su vida como ex
gobernador.
De este modo, Ocaña es alguien que ejerció el poder, lo hizo
con sensatez y no fue tocado por la enfermedad de hybris. Es el
único gobernador que cumple cabalmente con las cuatro pruebas. Después de dejar
la gubernatura, siguió casado con su esposa, la señora Alba Zaragoza. Siempre
ha vivido con austeridad y modestia en su casa de las calles Dr. Paliza y
Sahuaripa, en Hermosillo.
Está claro que no se enriqueció y que el dinero no es
algo que le haga perder la cabeza. Maniene una relación estable con sus hijos y
nietos. Es común encontrarlo y saludarlo en eventos públicos, sin ostentación,
sin guaraespaldas, conviviendo y conversando con cualquiera que se le acerca y,
sobre todo, es un ex gobernador que camina libremente por las calles de la ciudad.
Eso significa mucho y lo hace fuera de serie.
*Profesor-investigador en El Colegio de Sonora.
elinformante
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