Por Juan José Razzo
Cuando un gobernante está próximo a dejar el poder adopta ciertas características ya muy conocidas, de las cuales he hablado con muchos todavía en el cargo y otros ex, así que conforme avance el relevo y se ensayen más las golondrinas, se verán más marcadas.
Ni el presidente mayor ni los exalcaldes, en particular el inminente de San Lucas, se quitan esta nube de encima.
Primero, en el tiempo que falta una necesidad de recomponer lo realizado, pues hasta los proyectos más exitosos siempre dejan el sabor de boca de que no se hizo completamente todo lo que se pudo, ahora imagínense en lo que fue un fracaso total. Segundo, ante la falta precisamente de tiempo y de soluciones sustentables y reales llegan las ocurrencias de última hora, como esa de intrigar a los reporteros –quienes no participaron en el presupuesto ni en las acciones de gobierno- y echarles la culpa de todo, lo cual es sumamente cómodo y placentero, a más de una señal indudable de autocompasión.
Ante el reciclamiento del fracaso al final llega esa impotencia y sensación de abandono tanto subjetiva como objetiva, a la cual contribuyen con entusiasmo los mismos subalternos del gobierno y los ciudadanos, porque dejan de buscarte o no te responden el teléfono, pues al cabo ya viene otro mando.
Ya lo escribió Spota en sus libros políticos, el presidente de un día para otro deja de ser el centro del universo para convertirse prácticamente en nadie.
P.S.- Muere con dignidad.
elinformante
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