Redacción
Cuando hablamos de la mexicanidad, hablamos, en buena parte del amor que siente el mexicano por la música. Es en ella donde mejor nos expresamos: nuestra alegría, nuestro dolor, la nostalgia por nuestra tierra, nuestros desamores y nuestras propias incertidumbres. Por eso, en este septiembre, mes patrio, la Orquesta Filarmónica de Sonora (OFS) ofreció un concierto para celebrarnos, en Hermosillo, capital del estado.
Arrancó el concierto con el Angelus, de Miguel Bernal Jiménez. Es complejo descifrar la música del compositor mexicano, pero se puede afirmar las dos vertientes que marcan su nutrida obra: el nacionalismo y la religiosidad. Angelus, una obra sacra, reúne los dos puntos. En su sentido religioso original, el Angelus es un rito devocional que se observa en memoria de la Encarnación. La pieza toma una sutileza radical en los instrumentos de la agrupación dirigida por el maestro Héctor Acosta.
El concierto siguió su curso con dos piezas del maestro sonorense Arturo Márquez. El Danzón no. 2 y el Danzón no. 8. Dos piezas icónicas, bellas, cargadas de una sensualidad musical inusitada y que han dado la vuelta al mundo. De Sonora para Sonora, la OFS trasladó la magia de la composición del maestro Márquez al lleno total que se dio cita en el Teatro de la Ciudad de la Casa de la Cultura.
Fue el turno de Juan Pablo Moncayo. Imposible no ligarlo al mes patrio. Tierra de temporal inició con esa calma elegante pero que cuenta una historia dura, trágica en su propia forma, que narra las desventuras de un campesino enfrentado con la naturaleza, basada en un cuento de Gregorio López y Fuentes. El poema sinfónico de Moncayo está ligado, en esas intrahistorias olvidadas, a la obra de Miguel Bernal Jiménez; ambas ganadoras del concurso que conmemoraba el centenario de la muerte de Chopin en 1849.
De Tierra de Temporal al Huapango. Pieza que va ligada inexorablemente a eso que definimos como “lo mexicano”, al punto de ser considerada como una especie de himno mexicano alternativo. El director Héctor Acosta lleva la batuta con su habitual maestría, la Orquesta capta todos esos matices que tiene la obra de Moncayo. Huapango, tanto la palabra como la composición, tiene la virtud esencial de la polisemia. Desde su origen del náhuatl, hasta su devenir del fandango. La obra magna de Moncayo es un crisol de interpretaciones, cada una más bella que la anterior.
Cerró el concierto con otra composición del maestro alamense Arturo Márquez: La Marcha Sonora. Un punto final para redondear una noche nacional.
elinformante
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