Por Rasha Salah*
Tomado de revista Portales de El Colegio de Sonora
Cuando estamos sentados en nuestras casas comiendo frutas o verduras, ¿quién se pregunta cómo llegó la fruta a nuestra mesa? Cada verano consumimos fresas, uvas, y otros productos de la tierra sin saber el trabajo tan difícil que hacen las/os jornaleras/os todos los días en el calor en los campos agrícolas.
En los meses del verano leemos y escuchamos sobre el número de personas jóvenes y mayores con golpes de calor, deshidratación y otras enfermedades causadas por el clima en Sonora, el estado desértico, y no hacemos nada.
Algunas personas suelen echarles la culpa a los mismos trabajadores o a sus familias de estar exponiéndose al sol, pero si investigamos y buscamos razones, podemos darnos cuenta que las condiciones de vulnerabilidad social en que viven las/os jornaleras/os los obligan a laborar en condiciones adversas y hacen que el peligro a las altas temperaturas, o sea el calor, no sea su primera preocupación.
Un ejemplo de esta difícil condición es la de las/os adolescentes que viven en el Poblado Miguel Alemán (PMA); ellas/os despiertan todos los días a las 4 de la mañana para salir a sembrar o cosechar los campos agrícolas localizados en la costa de Hermosillo.
Ellas/os viven en la parte de Invasión Trinidad del PMA, donde las casas se caracterizan por tener cuartos separados de la cocina y el baño por un patio; la mayoría tiene piso de tierra.
En el poblado hay algunas zonas sin drenaje, y aunque muchas tienen recursos básicos como agua, electricidad y alcantarillado, no todos los pueden utilizar debido a la falta de recursos económicos. La mayoría de los servicios básicos, como las escuelas, se ubican en el centro, a 40 y 50 minutos de la zona. Lo mismo pasa con el centro de salud que además de estar lejos, carece de materiales y medicamentos.
Las/los adolescentes también tienen que convivir a diario con el peligro de los cholos, que se encuentran en cada esquina de la zona. Ellos roban principalmente en las tardes y noches, por lo que esas horas son de mucho peligro y obligan a que las actividades de compra tengan que ser de día.
Tantas preocupaciones y condiciones de vulnerabilidad hacen que la percepción social del peligro que suponen las altas temperaturas pase a ser, para las/os jóvenes, la tercera en importancia, solo después de la inseguridad y la alimentación. Por eso es común ver personas a las 4 de la tarde en julio, con temperaturas de 46 grados, caminando bajo el sol para buscar su comida de la semana.
En el campo agrícola, las/os adolescentes enfrentan varios desafíos, como las larga jornadas laborales, la temporalidad y el mal trato por parte de las autoridades. El trabajo que realizan es informal, con un acta de nacimiento falsa, debido a que la ley no permite contratar a los menores sin ofrecerles otras prestaciones como cursos y talles técnicos. Es el conjunto de estas situaciones lo que prácticamente vuelve a las/los jóvenes jornaleros de PMA invisibles.
Debido a que su miedo mayor es quedarse sin trabajo, no les importa el calor.
La mayoría, sobre todo quien estudia y trabaja, se expone al sol entre 6 a 8 horas diarias en los meses de julio y agostos para aprovechar el periódico vacacional. Buscan ganar dinero para cubrir los gastos de la escuela y ayudar sus familias con las compras de la casa, porque para ellos las altas temperaturas no son el peligro principal, sino el hambre, la inseguridad y desempleo.
El Estado, las autoridades de Sonora, las empresas agroindustriales y las organizaciones de la sociedad civil son todas corresponsables de tales condiciones. Es urgente buscar formas de garantizar los derechos de la/os jornaleras/os -como la seguridad, salud y el acceso a los servicios básicos- en tiempos de calor. También es necesario asegurarles buenas condiciones laborales que incluyan la formalidad de sus contratos, un trato digno y programas de cuidado a la salud, que responda a sus necesidades en la temporada de calor. Finalmente, hay que encontrar mediadas que permitan a los menores acceder a trabajos menos riesgosos y mejoren sus condiciones, porque vivir una juventud sin preocupación por la comida y los gastos de la escuela es un derecho universal.
*Egresada del programa de Maestría en Ciencias Sociales de El Colegio de Sonora.
elinformante
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